Un hombre cualquiera, de Giovanni Arpino (Gatopardo) Traducción de Mariana Ribot | por Israel Paredes Badía

Alberto Savinio | Tragedia de la infancia

Un hombre cualquiera se estructura a modo de un diario, con entradas escritas en primera persona y, por tanto, con un punto de visto único y casi invariable, que comienza el 10 de diciembre de 1950 y termina el 2 de enero. Una historia que apenas ocupa un mes y que tiene la celebración de las fiestas navideñas como trasfondo final y que funciona casi a modo de cuento o de fábula para narrar la historia de Antonio Mathis, ese hombre cualquiera al que hace referencia el título de la novela de Giovanni Arpino, publicada en 1959 y que fue en el momento de su edición un gran éxito que ayudó a su autor a alcanzar un lugar importante en las letras italianas.

La historia de Mathis, es sencilla: a través de su diario cuenta su vida de oficinista, tan anodina como, en términos generales, puede ser la de cualquiera; entonces, y ahora. Mantiene una relación sentimental, ocasionalmente sexual, y con cierta idea de que en el futuro pueda devenir en algo más profundo, con una mujer llamada Anna. Mathis tiene cuarenta años, está en ese momento de inflexión, al menos históricamente se podía más o menos establecer en esa edad el punto medio de una vida, en el que comienza a reflexionar sobre su vida, aunque sea de manera tangencial: solo en ocasiones parecer hacerse planteamientos serios hasta que empieza a cuestionar(se) todo de manera seria debido a Serena, una joven monja veinte años menor que él con quien comparte a diario la espera del autobús y con la que comienza a obsesionarse a través de un enamoramiento basado en un contacto visual diario que irá derivando en algo más cuando descubre que la atracción es recíproca por parte de Serena.

A través del deambular de Mathis durante ese escaso mes en el que transcurre Un hombre cualquiera, Arpino compone el retrato de un hombre que, más allá de su contexto, deviene en imagen atemporal de una figura humana, masculina para más precisión, anodina y desnortada, sin apenas interés que, sin embargo, experimenta un cambio rotundo en su vida cuando encuentra, fuera de él, alguien que transmite algo parecido a una posible felicidad; incluso cuando solo existe el deseo diario de llegar a la parada de autobús y compartir, antes de entablar una conversación, unos minutos silenciosos al lado de Serena. La primera persona narradora -imposible, dada la estructura en forma de diario, de evitar- impone al lector la visión del mundo a través de los ojos, y la escritura, de Mathis sin desvío alguno: es su voz, con un ritmo, por momentos, casi narcotizado, la que nos guía a través de una historia que, en su simpleza, Arpino logra trascender gracias a un estilo literario de gran depuración, que construye un territorio literario construido a través de unas imágenes que van conformando una vida que avanza aunque esté estancada y que nos habla, en última instancia, de muchas vidas “normales”.

Sin embargo, hay algo extraño en las páginas de Un hombre cualquiera y reside más allá de su superficie, esto es, más allá del relato diario de un hombre que nos habla de su vida, de sus compañeras de trabajo, de sus rutinas, de su novia con la que puntualmente queda para ir al cine o acostarse, pero con la que parece incapaz de comprometerse, y, sobre todo, de cómo acaba entablando contacto con Serena e inicia una suerte de relación que termina tan abruptamente como ha comenzado cuando la joven monja desaparezca. Bajo esta narración, el lector presiente de alguna manera que Mathis esconde muchos pensamientos y sentimientos -quizá por la idea de que un diario, en el fondo, no es tanto una escritura privada para un solo lector como un texto que aspira a ser leído en el futuro por alguien más y, por tanto, el nivel de sinceridad siempre es limitado bajo una cierta autocensura que no permite expresar ideas claras y precisas, reales, por miedo a que un posible lector pueda juzgar los comportamientos o pensamientos de quien escribe y se expone de manera pública-. Así, hay algo en Mathis oscuro -él es sombrío, pero hablamos de algo más profundo que no acaba de salir a la luz – en su forma de ser y de relacionarse con los demás y, por supuesto, está su obsesión por Serena quien acabará engañando a un hombre que, al final, frente a unos invitados que llegan por sorpresa a su relato, no puede por más que pensar que, quizá, ha sido menos listo de lo que pensaba y que, gracias a ello, quizá también, está en camino de poder abandonar su gris existencia. Un hombre cualquiera termina con un final que puede entenderse tan abierto como cerrado, pero en esa disyuntiva, en esa ambivalencia, se encuentra, a su vez, la gran esencia existencial -y existencialista- que recorre una novela breve y, en apariencia, sencilla, pero de gran complejidad y maestría estilística.


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